BRAVA
Título: Brava
Año: 2017
Duración: 91 minutos
Dirección: Roser Aguilar
Guion: Roser Aguilar y Alejandro Hernández
Fotografía: Diego Dussuel
Sonido: Ferrán Mengod, Iván Martínez-Rufat y Xavi Mulet
Música original: Vincent Barrière
Dirección artística: Paula Bosch
Montaje: Frank Gutiérrez y Liana Artigal
Vestuario: Miguel Carbonell
Maquillaje y peluquería: Laura Tur
Reparto:
Laia Marull: Janine; Emilio Gutiérrez Caba: Manel; Bruno Todeschini: Pierre; Sergio Caballero: Martí
Francesc Orella: Sargento Videla; María Ribera: Núria; Roger Príncep: Max; Mikel Iglesias: Rubén
María Weiden: Carla; Alfred Picó: Padre de Carla
Reseña por Inés Méndez
En 2003, Laia Marull protagonizó Te doy mis ojos a las órdenes de Icíar Bollaín. Aquí interpretaba a Pilar, una mujer víctima de la violencia doméstica. De un modo riguroso, sin incurrir en el morbo ni en fáciles maniqueísmos, Bollaín mostraba tanto los frustrados intentos del marido por modificar su conducta como el horror en el que la esposa se ve atrapada. La cinta, ganadora de siete premios Goya –mejor película, actriz, actor (Luis Tosar), actriz de reparto (Candela Peña), guion original y sonido–, causó un gran impacto en el momento de su estreno por visibilizar una situación normalizada en la sociedad española durante décadas.
Catorce años después, la misma intérprete de Te doy mis ojos volvió a encarnar en Brava un personaje femenino que sufre las consecuencias de la violencia de género. Marull es ahora Janine, una mujer cuya vida parece absolutamente estable en lo personal y lo profesional. Trabajadora de una sucursal bancaria, vive en Barcelona con su novio Martí y está aprendiendo chino ante un posible traslado al país asiático. Sin embargo, ya en los minutos iniciales de la película percibimos una ligera frialdad entre la pareja, proveniente en parte de la prioridad que Martí concede a su trabajo sobre el de Janine –lo cual se muestra en su reticencia a creer que ella vaya a conseguir ese puesto–. A la soledad e incomprensión sufridas por la protagonista, se une el desencadenante del drama: la agresión sexual en una estación de metro que dos jóvenes perpetran hacia Janine, seguida de otra hacia una chica de menor edad.
A partir de entonces, la vivencia del espacio público experimentada por nuestro personaje principal se ve drásticamente trastocada. Janine se asusta ante el más mínimo sobresalto y se angustia ante la perspectiva de caminar sola por la noche o volver a la boca del metro donde sufrió el ataque. La calle, antes transitada de forma cotidiana, se vuelve un peligro potencial para la mujer. Si en Te doy mis ojos era el entorno doméstico donde la víctima sufría malos tratos, en Brava es el espacio ajeno al hogar el que multiplica las posibilidades de sufrir una agresión. Así, Barcelona se convierte en un lugar hostil que empuja a Janine a pasar unos días en el pueblo de su padre, Manel. No obstante, lejos de compartir su experiencia con este hombre de carácter amable, la vergüenza impide a la protagonista relatar el incidente tal y como ocurrió. Esa humillación injustamente sentida la lleva a dar informaciones falsas o incompletas a la policía, lo cual refleja el temor de muchas mujeres a ser acusadas de haber provocado tal comportamiento en su agresor.
La ausencia de una denuncia –resuelta al final con la llamada telefónica de Janine al sargento Videla– es, en la vida real, el más efectivo recurso de quienes perpetran tales actos. La culpabilización de las víctimas es la rémora que arrastra la protagonista durante todo el metraje. Su crisis es intuida por su padre y por Pierre, un escultor francés con el que Janine parece conectar. Al igual que en Te doy mis ojos, el arte juega un papel importante para el desarrollo personal femenino: en la película de Bollaín, Pilar comienza a trabajar de guía en un museo y disfruta aprendiendo sobre los cuadros que posteriormente explica a los visitantes; por su parte, en Brava Pierre esculpe hierro –proceso que fascina a Janine–, y tanto sus creaciones como su enigmática personalidad ofrecen a nuestro personaje principal una alternativa a la monótona vida con Martí.
Sin embargo, esa opción se truncará tras una nueva agresión sexual, esta vez cometida por Pierre. Tal suceso prueba la transversalidad de la violencia de género, que cruza tanto espacios (pueblo/ciudad, exteriores/interiores) como edades (chica/mujer) y clases sociales (la acomodada que representa Janine frente a la encarnada por las prostitutas que aparecen ocasionalmente en la película). Las violaciones suponen la manifestación más extrema de la desigualdad de género que Brava pretende denunciar; al margen de los delitos sexuales que abren y cierran el filme, diversos micromachismos demuestran el segundo plano al que, a veces inconscientemente, los hombres relegan la voluntad y las aspiraciones femeninas: a la falta de confianza de Martí en el futuro profesional de Janine se suman la decisión de Manel de regalar el piano de su hija ante las escasas visitas de esta –lo cual le impide a ella expiar la angustia provocada por la violación inicial– o la fotografía que Janine se ve forzada a realizar junto a unos campesinos en una feria agrícola para promocionar un tractor.
Aisladamente, tales acciones parecen inofensivas y, de hecho, los hombres que las ejecutan no albergan una intención conscientemente discriminatoria. Sin embargo, el sexismo denunciado en la película las transforma en actos que restringen la libertad de la mujer al ocupar espacios tradicionalmente masculinos. Las agresiones sufridas por Janine coartan la seguridad de las mujeres como ciudadanas y su derecho a disfrutar del placer sexual. El cuerpo de la mujer ha sido históricamente cosificado para el deleite y la mirada del hombre: así, infringir la norma –como intenta Janine al tratar de llevar la iniciativa sexual con Pierre– acarrea un doloroso castigo.
Brava es una película dura. Un drama contenido y necesario en una época donde los abusos y las agresiones sexuales a mujeres han dejado de considerarse incidentes aislados o naturalmente unidos a la vida conyugal para constituir un problema de primer orden. Aún hoy se tilda de exageradas a quienes se atreven a denunciar situaciones de este tipo, pero casos como el reciente asesinato de la joven profesora Laura Luelmo o violaciones múltiples como la perpetrada en los sanfermines de 2016 son solo la punta del iceberg de la violencia ejercida contra las mujeres en España. Si bien se ha avanzado mucho en la concienciación, el temor de la mitad de la población a sufrir agresiones de este tipo es real y así lo refleja el personaje de Laia Marull en Brava. El gran trabajo de esta actriz como Janine sostiene la película de principio a fin: el miedo, la angustia, la incertidumbre por el futuro y la sensación de extrañeza hacia ella misma y hacia la vida que ha llevado en Barcelona pueblan su rostro en una paleta interpretativa de infinitos matices. Brava se erige así como perfecto complemento de Te doy mis ojos y es absolutamente recomendable para quienes se interesen por el gynocine en todas sus vertientes.
Para citar esta reseña, por favor usa la referencia: Méndez, Inés (2018): «Reseña de Brava», Gynocine Project, Barbara Zecchi, ed. www.gynocine.com