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LA NOVIA

Dirección: Paula Ortiz

Año: 2015

Duración: 96 minutos

Guion: Paula Ortiz y Javier García Arredondo

(basado en Bodas de sangre, de Federico García Lorca)

Fotografía: Miguel Ángel Amoedo

Sonido: Clemens Grulich, César Molina y Nacho Arenas

Música original: Shigeru Umebayashi

Dirección artística: Jesús Bosqued Maté y Pilar Quintana

Montaje: Javier García Arredondo

Vestuario: Miriam Doz y Arantxa Ezquerro

Maquillaje y peluquería: Esther y Pilar Guillem

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RESEÑA POR INÉS MÉNDEZ FERNÁNDEZ

En los Goya de 2018, Paula Ortiz y Leticia Dolera entregaron a Carla Simón el premio a la mejor dirección novel por su trabajo en Verano 1993. Verlas abrazadas en ese gesto de sororidad fue el momento más feminista de una gala que, pese a tratar de reivindicar el rol de la mujer en el cine español, destiló cierta incomprensión hacia una realidad que las cineastas aún luchan por cambiar. La coronación de La librería, de Isabel Coixet, como mejor película de 2017 sirvió para reclamar una mayor presencia femenina tras la cámara en una temporada marcada por el rechazo a los abusos sexuales en la industria del cine.

Dos años antes, La Novia, de Paula Ortiz, lograba doce nominaciones en estos premios para las categorías de mejor película, dirección, actriz (Inma Cuesta), actor (Asier Etxeandía), actriz de reparto (Luisa Gavasa), actor revelación (Álex García), guion adaptado, dirección artística, fotografía, sonido, música original y maquillaje. Sin embargo, La Novia solo vio fructificar las candidaturas correspondientes a mejor actriz de reparto y fotografía; dos premios merecidos pero que se antojan escasos considerando no solo el resto de nominaciones, sino también la exquisitez que la película alcanza tanto interpretativa como técnicamente.

A diferencia de Bodas de sangre, en La Novia conocemos desde el principio la muerte de Leonardo y el Novio; a lo largo de la trama sabremos qué ha derivado en ese duelo a navajazos a ritmo de Leonard Cohen. El trío protagonista es víctima de un hado ineluctable para la Novia y Leonardo; casado él con una prima de ella, cabalgará sin embargo hasta la casa de la Novia, abocada a huir para consumar el deseo sublimado.

Hasta ese momento, la Novia se ha mostrado deseosa de casarse y cumplir con las expectativas que tanto el Padre como la Madre han depositado en ella. Su amor por el Novio es absolutamente sincero; lejos de caer en el maniqueísmo, la película retrata a ambos hombres como dos polos que atraen a la protagonista en la misma medida. El Novio no resulta pusilánime, mientras que Leonardo alberga más que la potencia sexual simbolizada por su caballo negro: el primero de ellos se muestra como un joven apasionado y sensato que reacciona cual animal herido al conocer la fuga de su prometida con otro hombre; por su parte, el segundo revela en sus diálogos la sensibilidad propia de quien intenta recuperar el amor perdido tras refugiarse inútilmente en el orgullo.

Por otro lado, es reseñable la amplia gama de personajes femeninos presentes en la cinta –algo tomado, naturalmente, de la obra lorquiana–. La Novia se ve atrapada en un entorno hostil, seco, donde Leonardo representa un torrente de agua y liberación. Si bien en Bodas de sangre ella esgrime su honra como defensa frente a la Madre («Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me pueden enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos»), la película apuesta por explicitar la consumación del vínculo entre ella y Leonardo: esta transgresión mostraría la ineluctabilidad del hado para los amantes y la culpa que arrastrará a la Novia a vagar eternamente bajo la apariencia de la Mendiga.

Precisamente este círculo donde la Mendiga y la Novia terminan identificándose es una de las principales variaciones respecto de Bodas de sangre. Aunque la Mendiga le advierta de que no contraiga matrimonio con el Novio si no lo ama, ella no puede impedir el enlace ni evadir a Leonardo: en primer lugar, porque realmente ama a su prometido –no hay mentira en su rostro cuando le mira o al afirmar que, cuando sea su esposa, él dejará de sentir «un despego grande y […] un nudo en la garganta»–; en segundo lugar, porque el fatum, más fuerte que ella misma, la empuja irremediablemente a los brazos de Leonardo. La sexualidad, así, constituiría en la película un elemento de liberación femenina, una entrega al otro plena de deseo y despojada de culpa (recordemos que Leonardo afirma: «Que yo no tengo la culpa, / que la culpa es de la tierra / y de ese olor que te sale / de los pechos y las trenzas»).

Como antagonista de la Novia se erige la Madre. Mujer resentida por antiguos enfrentamientos entre su familia y la de Leonardo, viste de luto perpetuo y se rige por una moral castrante hacia ambos sexos (insta a la esposa de Leonardo a envejecer sola y a llorar sin que nadie la vea, y alude constantemente a la importancia de una masculinidad hegemónica). Sin embargo, la interpretación de Gavasa despliega una multitud de matices que muestran no solo a un ser humano corroído por el duelo y el rencor, sino también a una madre que ama profundamente a su hijo o a una mujer que desea convertirse en abuela para disfrutar de los niños que no pudo tener al morir su marido prematuramente.

Por otra parte, completan el retablo de personajes femeninos la Mujer de Leonardo y las criadas y amigas de la Novia. El personaje de Leticia Dolera –quien, junto con Luisa Gavasa y Carlos Álvarez-Nóvoa, ya había participado en la ópera prima de Paula Ortiz (De tu ventana a la mía, 2011)– muestra la reclusión de la mujer en la esfera doméstica, lo cual la llevará, finalmente, a emprender acciones drásticas como respuesta al abandono de su marido. En un rol secundario encontramos a Ana Fernández como una de las vecinas de la Madre, cuyo sosegado carácter contrasta con las violentas declaraciones del personaje de Gavasa. Por otro lado, Manuela Vellés y Consuelo Trujillo forman parte del cortejo de criadas y amigas de la Novia, quienes aportan al casamiento la ilusión a veces ausente en la protagonista. Una ilusión también presente en la figura del Padre: este fue uno de los últimos personajes cinematográficos del fallecido Carlos Álvarez-Nóvoa, quien aquí encarna a un hombre que desea la felicidad de su hija a la par que la prosperidad de sus tierras. Recordemos que uno de los términos en los que se establece la unión es «Mi hijo tiene y puede», a lo que el Padre responde: «Mi hija, también». No obstante, aunque la unión entre ambas familias no se produciría si su situación económica fuese menos favorable, el sincero amor que se profesan los novios nos impide reducirla a un mero matrimonio de conveniencia.

Como conclusión, el filme de Paula Ortiz mantiene la fidelidad a su fuente lorquiana mediante el formalismo estético que vehicula la arrebatadora historia de este trágico triángulo amoroso. Nos hallamos ante una adaptación exquisita, cuidada, que, junto con De tu ventana a la mía, anuncia una de las voces más personales del cine español contemporáneo; una mirada de la que esperamos seguir disfrutando en próximos largometrajes.

Para citar esta reseña por favor usa la referencia: Méndez Fernández, Inés,  "Reseña de La Novia", Gynocine Project, Barbara Zecchi, ed. www.gynocine.com

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