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VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE

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Año: 2018  Duración: 90 minutos

Dirección y Guion: Celia Rico Clavellino, Dirección artística: Mireia Carles

Fotografía: Santiago Racaj

Sonido: Amanda Villavieja (directo) y Albert Manera (diseño, montaje y mezclas)

Música original: Paco Ortega

Montaje: Fernando Franco

Vestuario: Vinyet Escobar, Maquillaje y peluquería: Carmen Arbues

Reparto: Lola Dueñas: Estrella; Anna Castillo: Leonor; Noemí Hopper: Andrea; Ana Mena: Bea; Susana Abaitua: Laura; Marisol Membrillo: Águeda; Pedro Casablanc: Miguel; Silvia Casanova: Rosa; Lucía Muñoz: Rosita; Adelfa Calvo: Pili; Maica Barroso: Merche;  Beatriz Cotobal: Costurera

 

Inés Méndez Fernández-

Viaje al cuarto de una madre trata con intimismo el tema de la pérdida, mas no solo desde la perspectiva materna: a la asfixia de Estrella (Lola Dueñas) por la marcha de su hija Leonor (Anna Castillo) del hogar familiar y por el fallecimiento del marido, se añade el sentido de vacío que sufre Leonor por la ausencia del padre. La desaparición de esa figura masculina –tabú perpetuado por madre e hija– no supone un mazazo únicamente emocional, sino también económico, lo cual lastra las expectativas académicas y laborales de Leonor, impone la austeridad en el hogar y acentúa la dependencia de Estrella, para quien su hija se convierte en única separación de la soledad más absoluta. La madre encarnada por Lola Dueñas se entrega por completo a su faceta doméstica y descuida el contacto con el exterior, lo que repercutirá negativamente en su vida cotidiana cuando Leonor se marche a Londres a trabajar de au pair.

La precariedad laboral de los jóvenes españoles también aparece en Viaje al cuarto de una madre como motivo de desestructuración interna: Leonor ve limitado su rumbo vital a la vivienda donde ella y su madre se acompañan mutuamente, y el trabajo de planchadora donde Estrella también comenzó su andadura laboral no la satisface personalmente. Sin embargo, su aventura londinense tampoco le garantizará la estabilidad deseada debido a las malas condiciones del trabajo y a la carestía de la capital inglesa, unidas a su desconocimiento inicial del idioma. El final de la película, con Leonor volviendo a Londres pese a todo –se mudará a otra casa y tratará de hallar otro trabajo–, demuestra que permanecer en España no es una opción sin un anclaje emocional y económico que lo sustente; esa inestabilidad se manifiesta en la ausencia de amigos con los que Leonor se encuentre realmente a gusto –la distancia geográfica y la apatía causada por la muerte de su padre están implicadas en esto–. La necesidad de un trabajo digno también afecta a Estrella, que recupera vitalidad gracias al encargo de Miguel (única figura masculina que entra en ese universo de complicidad femenina) para un concurso de baile –por el que, pese a su calidad, solo recibe trescientos euros–; la cercanía impide al personaje de Lola Dueñas pedir una cantidad mayor, lo que refuerza la precarización del trabajo feminizado –que, por serlo, se encuentra invisibilizado y lejos de los puestos de responsabilidad–.

Viaje al cuarto de una madre termina con un abrazo de las protagonistas que reafirma su vínculo materno-filial, plasmado a lo largo de la cinta mediante gestos cotidianos –especialmente de Estrella, en su faceta de cuidadora, hacia Leonor–: preocuparse por si se resfría o pasa hambre, curarle una quemadura causada por la plancha o advertirle de que guarde la ropa cuidadosamente para no arrugarla son algunos de ellos. No obstante, al observar a una emocionada Leonor intentando tocar el acordeón de su padre, comprendemos lo unida que también estaba a él y la herida que su ausencia ha dejado en el núcleo familiar. De ahí que el viaje al cuarto de una madre anunciado en el título suponga adentrarse en la habitación de una esposa y de una hija que, lenta y dolorosamente, deberán aprender a vivir la una sin la otra.

Para citar esta reseña, por favor usa la referencia: Inés Méndez Fernández (2020): «Reseña de Viaje al cuarto de una madre», Gynocine Project, Barbara Zecchi, ed. www.gynocine.com

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